Al leer el título del libro de Gilberto Cerón, por supuesto nos ronda la serpiente en el aire que es toda interrogación. Dudamos si se trata de la duda como fuente de una certeza interrogante, de la duda como ese territorio anfibio que hay en la poesía y por su puesto en el sueño. No solo en su primer poema, que nos habla de la vida que golpea los roídos cimientos, no solo desde un bello epígrafe de un gran dudador, Jorge Luis Borges, donde señala “una fuerte apariencia de veracidad capaz de producir una momentánea suspensión de la duda”, la poética de Cerón nos abre una fisura en lo que llamaríamos como “realidad real”, valga la tautología, nos abre un muro para entregarnos su hendidura, lo que se oculta tras de él. Ese muro a veces es el lenguaje, a veces lo que envuelve la lejanía o lo que nos trae el devenir. Así nos dice en uno de sus más ascéticos poemas: “Detrás de los pasos/ la huella futura que dejamos”. Se trata, ni más ni menos que una repulsa a lo real objetivo, al trasunto naturalista de su arte poético. Sus versos parecen recordar lo señalado por Max Jacob: “¡La invención! Lo que salva al arte es la invención. No hay creación sino donde hay invención. Cada arte tiene sus invenciones. La idea de un bemol o de un sostenido en un lugar en el que no se le no se le esperaba es una invención. Una imagen nueva (cosa nada frecuente) puede ser una invención. Un color imprevisto puesto en su lugar. Una proporción nueva en la dimensión de una obra. Pero la verdadera invención viene de una conflagración de pensamientos o de sentimientos”. Algo que a mi entender hay en este libro de Gilberto Cerón, SUSPENSIÓN DE LA DUDA. Epifanía de pensamientos y agonía de ellos, pálpitos que se tornan sentimientos, palabras que bordean el límite de la realidad, hay en sus poemas. Y sus temas, el erotismo, la naturaleza que es erotismo en expansión, la yunta de elementos amorosos y naturales: “Desde que la luna se separó de la tierra/ desde ese preciso instante/ giro devoto alrededor de su cuerpo”.

Otra cosa es el despojo de su palabra. Y otra más los poemas que son admonitorios, con un sesgo de los signos de los libros proféticos, del juego de augur: “La aguja ha pinchado los ojos del sastre/ La peste caerá sobre todos los de su casa/ La cabeza de la quimera rueda entre las piedras”.

Palabras como heridas, como heridas que son dudas, como dudas que aumentan el número de los espejos donde se distorsiona la realidad.

Y si el hábitat de todo poeta es la palabra, qué mejor que esta doble habitación para oír los poemas de Gilberto: La de su voz, la de su casa.

 

JUAN MANUEL ROCA

-Bogotá abril 18/95-